Las tensiones políticas y sociales que vivimos actualmente en nuestro país y en toda Europa podrían hacernos pensar que nos encontramos frente a un inminente cambio de régimen político. Como sucedió en la Revolución Francesa, hoy se dan una serie de características de tipo económico, político, social e, incluso, institucional, que nos permiten hablar de una crisis de modelo de Estado. La Revolución francesa encuentra su origen en las malas cosechas agrícolas que provocaron elevados precios del pan. Lo cual, a su vez, limitaba el poder adquisitivo de las clases populares, incluso para comer. Además, Francia apoyó económicamente a Estados Unidos en la Guerra de la Independencia. Todo ello causó que aumentase la deuda externa.
Hoy, España tiene una importante deuda externa adquirida con la Unión Europea y con las entidades financieras. Deuda causada, paradójimaente, por ellas mismas. Una deuda que, en origen, y ésta es la gran diferencia con Francia, era privada, no pública pero que, en definitiva, tanto aquí y ahora como en Francia y entonces, supone que las clases populares sean las más perjudicadas.
El gobierno francés, antes del estallido de la Revolución, trató de mantener los privilegios de los estamentos: la nobleza y el clero. El ejecutivo de Rajoy aplica en la actualidad medidas restrictivas de la economía: aumenta los impuestos y reduce el gasto social. En consecuencia, en lugar de reducir el paro, éste sube alcanzando cifras escandalosas y colocando a miles de personas en riesgo de exclusión social. En Francia, millones de personas pasaban hambre porque no había un Estado del Bienestar desarrollado que acogiese sus demandas en tiempos de crisis. En España, este mismo Estado del Bienestar es desmantelado por el propio gobierno y esto empeora la situación de la ciudadanía.
Consecuencia de estas políticas restrictivas (en Francia mediante la intención de que la nobleza y el clero mantuviesen sus privilegios a costa del sacrificio de las clases populares, y en España las políticas neoliberales basadas en las teorías económicas de Milton Friedman), aparecen fuertes estallidos sociales. El descontento popular se deja ver en forma de manifestaciones, encierros, concentraciones y, últimamente, incluso escraches a diferentes dirigentes políticos. La economía restrictiva, además del sacrificio económico, consigue provocar una pérdida de derechos sociales que, desde hace décadas, se consideran incuestionables para las clases medias: pérdida de la vivienda, deterioro de la educación pública, retención de los ahorros en el banco por el problema de las preferentes, recortes en la sanidad, etc. Un panorama muy parecido al que se dio en Francia en los meses anteriores a la Revolución.
Del mismo modo que en Francia surgieron una serie de movimientos auspiciados por ideologías políticas emergentes, en España está sucediendo un fenómeno bastante similar. Francia contó en aquel momento con la importancia creciente de los teóricos de la Ilustración. Montesquieau, Rousseau, Voltaire, entre otros, formaron un grupo de pensadores cuyas ideas rompían de manera frontal con el orden establecido. Defendían la igualdad ante la ley, la separación de poderes entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial como garantía de un verdadero Estado de Derecho y, en consecuencia, el imperio de la ley. Ésta tenía que ser el reflejo de la soberanía popular. También apostaban por la libertad y la fraternidad como valores inherentes a un Estado moderno. Un Estado que rompería con lo anterior: la Monarquía Absolutista.
Aunque los valores no son exactamente los mismos, encontramos ciertas similitudes en el caso de España (y algunos países de Europa) en la actualidad. Hoy, personas como José Luis Sampedro (ya desaparecido), Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias, Ada Colau o Alberto Garzón son los ideólogos del movimiento social más importante que ha vivido este país en los últimos años: el 15M. Un movimiento que nació precisamente del descontento popular frente a la crisis económica y financiera que había provocado, y lo sigue haciendo, una pérdida paulatina de derechos y de deterioro de nuestra calidad de vida.
La diferencia fundamental entre este movimiento y el de la Revolución Francesa está en las ideas que defienden. Hoy día la lucha es en pro de los llamados valores “pos modernos”. Si entonces se pretendía conseguir una libertad económica y política, hoy añadimos, además, la libertad sexual referida tanto a nuestra propia orientación como a nuestro derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos. Si entonces la igualdad partía del nacimiento, hoy además, los movimientos sociales pretenden que exista un Estado que garantice esa igualdad durante todo nuestro ciclo vital. Si entonces el protagonista de la Revolución fue el hombre y sus derechos como ser masculino, hoy son ambos géneros los protagonistas y especialmente, la mujer como ejemplo de lucha emancipadora de sus propios derechos. La equidad de género ha supuesto, sin duda, un revulsivo en nuestra historia política más reciente. Y, si entonces se hablaba de fraternidad, hoy se utiliza un concepto distinto: solidaridad. La solidaridad colectiva como mecanismo para, no sólo afrontar nuestros problemas individuales sino, además, lograr buscar una salida global a la crisis.
Además de los valores, hoy también se proponen regeneraciones del sistema político. En la Revolución francesa se planteó el cambio de un sistema basado en la Monarquía absoluta a otro basado en un Estado de derecho democrático, donde quienes tuviesen la capacidad de elegir a sus gobernantes, fuesen aquellos ciudadanos hombres y con poder adquisitivo. De su voluntad, emergería la ley, reflejo de la soberanía popular. Actualmente, se plantean profundas críticas sobre el sistema y su modus operandi. El propio bipartidismo y la dicotomía entre Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español es cuestionado por los ideólogos de los movimientos sociales más significativos. Asimismo, se plantean hasta qué punto es justo el sistema electoral basado en la ley d´hont que claramente beneficia a los partidos mayoritarios anteriormente mencionados, ni la imposición de que las listas electorales sean cerradas y bloqueadas. Frente a ello, se plantea que las listas sean abiertas y un nuevo sistema electoral.
Hay un punto en común muy interesante a tener en cuenta: tanto en la Revolución Francesa como hoy día se cuestiona abiertamente a la Monarquía. Hoy la necesidad de una regeneración institucional nos lleva a pensar continuamente en que en un modelo de Estado más avanzado, de democracia real, más equitativo y con mayor capacidad de reflejar la justicia social y los derechos de todas y todos, no tiene cabida la Monarquía parlamentaria. Además, los escándalos que han acompañado a la Casa Real en los últimos años favorecen muy poco su legitimidad.
En cuanto a las diferencias más evidentes entre la Revolución francesa y lo que sucede actualmente en nuestro país podemos hablar de que hoy se está dando la desaparición de una clase social (la clase media) mientras que en aquel momento se dio todo lo contrario: una nueva clase emergente, la burguesía. La misma que reclamaba derechos para sí misma. Precisamente, hoy la clase social que tiende a desaparecer es también la que reclama sus derechos.
Para finalizar, un dato curioso que puede tenerse en cuenta es que, aunque en la Revolución Francesa se tomó la Bastilla el día 14 de julio de 1789, en España lo que se hace es asediar el Congreso. Se vio el 25 de septiembre de 2012 y se repitió de nuevo el 25 de abril de 2013. Son movilizaciones parecidas en cuanto a su simbología. Sin embargo, al margen de lo exaltados que pudo haber en las movilizaciones españolas, en Francia se usó la fuerza. Siempre se trató de movilizaciones armadas o de conflictos violentos. Por tanto, otro de los valores fundamentales con los que podemos concluir y que suponen la gran diferencia entre ambos contextos es la importancia que hoy se da a la idea de la no violencia. No se desean actuaciones que supongan el ejercicio de la fuerza física. Todo lo contrario. Los movimientos sociales hoy en día defienden que el cambio debe ser radical y transgresor pero siempre pacífico.
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