Para Kant: la razón moral que habita el interior de toda persona sigue una ley central.
Kant escribió que ”el interés propio es universal, que hay hombres juiciosos que les ha ocurrido que la búsqueda del propio interés es la única ley común natural posible. Pero nada puede resultar más extravagante, pues convertir la suma de los intereses individuales en ley de una sociedad solo puede conducir a antagonismos y al exterminio del la sociedad, esto es, el principio del interés propio se trata de lo más opuesto a lo que deseamos que se haga ley moral, pues destruiría la sociedad”.
Aplicando este principio al pasado reciente de nuestro país explicaría que cada vez que un líder político se rodeó de un montón de fieles en vez de abrir su organización a los mejores, cada vez que un directivo tomó decisiones que ponían en juego irrazonablemente el futuro de su empresa pensando en maximizar sus ganancias, cada vez que un analista no advirtió a sus jefes con suficiente insistencia del riesgo de una operación: cuando todos ellos actuaban pensando: ”así es como funcionan las cosas”. Así vemos por desgracia que la conclusión es que si se normaliza que lo anormal es inteligente, el resultado es un país enfermo y desquiciado.
Esa confusión entre intereses propios o de grupo, está dentro de nosotros, pero ha resultado nefasta por la desmesurada importancia ideológica que ha adquirido la economía y se resume en el principio de que ha de hacerse “lo necesario que funcione económicamente”- una solemne tontería con la que cualquiera hace lo que le da la gana si funciona económicamente. A quienes siguen la actualidad se les dan a diario multitud de cifras y estadísticas y los líderes políticos se dirigen a ellos usando términos como competitividad, productividad, austeridad... Ahora, la clase política está pagando la penitencia por haberse presentado durante años como talismanes que dominaban los engranajes mágicos de la economía y a los que debíamos atribuir el crecimiento y las bonanzas económicas. Pero de repente, la economía se ha transformado en una despiadada fuerza a la que se someten por responsabilidad.
Mientras tanto, seguimos sin tener ni idea de por qué en España comenzó a llover dinero del cielo para empresas, bancos y familias y a falta de que alguien sea responsable de algo, los españoles hemos ido aprendiendo a bofetadas que los mercados financieros funcionan con principios siempre buscando beneficios.
Y en este momento seguimos siendo incapaces de abordar nuestros problemas pensando que la sociedad no es más que una trama de intereses particulares que hay que encajar. Si entendiésemos Europa como Kant nos muestra, como un territorio de la razón, donde la razón establece un camino por el que sabemos que debemos caminar, con el último fin de que toda persona sea un fin. Pero esto no es lo que vemos al observar una Europa entre la constante lucha de políticos y la cruda realidad de las deudas.
Vemos en los líderes europeos decisiones de poder y vemos el creciente poder de las empresas triunfadoras de la globalización ante trabajadores y Gobiernos
La sociedad española parece aceptar con resignación que la troika de BCE, FMI y Comisión esté atando en corto a la trinidad de políticos, constructores y financieros que regía nuestra particular democracia. Los entendidos dicen que las causas de nuestra desdicha actual fue ocasionada por la tendencia al compadreo, el amiguismo y la corrupción.
Pero ese espíritu derrotista y resignado no hace justicia a los principios morales que se han trasmitido siempre en muchas familias españolas, ni la capacidad de lucha de los que sufren hoy, ni a quienes en las plazas pública han mantenido la guía de la dignidad.
Cabría esperar menos poder y más razón, menos reformas y más razón moral. Exigiría la razón de Kant.