Llama a la reflexión cómo una vez más, tras una época de crisis, se producen los mismos patrones de conducta y se alzan las mismas voces de protesta.
La consolidación de un "nosotros" en oposición a un "ellos" parece la reacción más natural a la escasez, porque resulta muy cómodo pensar que si me falta algo, me lo debe de estar quitando alguien a quien le haga tanta falta o más que a mí. El problema viene cuando nos creemos con más derecho que ese alguien a gozar de lo que se nos oferta: bien sea un empleo, un subsidio o cualquier cosa que un día alguien nos dijo que nos era legítimo por "haber nacido aquí". Sin embargo, no todo el mundo parece percatarse de que "haber nacido aquí" no es un logro. No es algo digno de ser premiado. Aunque pueda resultar obvio, parece haber quien no se da cuenta de que el lugar de nacimiento no conlleva una decisión previa, y es fruto del más puro azar el entorno en el que a uno le toca desenvolverse.
Teniendo esto en cuenta, ¿por qué nos aceptamos como pertenecientes a un grupo en función del lugar en el que nacemos? A un grupo en oposición a "los otros grupos". Honestamente, creo que es porque se trata de una idea fácil de aceptar. Y somos perezosos. Porque resulta mucho más incómodo arañar las paredes que nos dividen en patrias, en naciones, en estados, para entender de qué están hechas, quién las ha levantado, en base a qué y con qué fin. Porque nos resultaría desconcertante darnos cuenta de que no somos tan distintos, de que las paredes que nos separan son de cartón y no de piedra, de que alguien las ha puesto ahí con un propósito, y de que no siempre existieron.
Quizás conviene preguntarse también por qué estas ideas segregadoras tienen tan fácil raigambre en las conciencias, y por qué nuestra conducta como especie parece tender a la clasificación y a la oposición de lo ya clasificado. He de decir que a mí me recuerda al modus vivendi del hombre prehistórico y salvaje, que sobrevivía agrupado en tribus, y cuya subsistencia dependía de la supremacía de su grupo frente a la de los demás. Me parece que esta conducta ha quedado arraigada en nuestro instinto, y unos más que otros seguimos experimentando ese impulso de defender lo que consideramos propio de lo que nos es ajeno, dado que tendemos a ver esto último como una amenaza. En un mundo globalizado donde los humanos constituimos un todo y donde somos profundamente interdependientes, conviene preguntarse si esta tendencia acaparadora y excluyente está justificada, o si por el contrario ha quedado obsoleta y urge un cambio generalizado de mentalidad.